viernes, 20 de marzo de 2020

Monterrey


«Buscar lo que es verdadero no es buscar lo que es deseable» Albert Camus.

Éramos un grupo de niños de entre ocho y nueve años. De camisitas blancas y chaquetas pues el clima era templado. El colegio Fe y Alegría de Baruta. Frente al barrio Monterrey. Nosotros arriba, en un loma. Niños, en su mayoría de sectores populares. La mañana era fría y la vida se abría en todas direcciones desde ese recreo.

No recuerdo su nombre ni su cara. Al principio eran tres quienes lo rodeaban. Nos fuimos acercando hasta cubrirlo por completo. Brillo metálico con dibujos rojos. Nos dijo que era una estrella ninja que le había prestado su primo que era karateca. Expresiones de asombro, de querer tocarla. Barullo. 

El parque a un lado de la cancha y esta al lado del edificio de la escuela. Cuatro o cinco pisos, mi memoria falla. Misas los domingos en la mañana. Las letras de las canciones en la pared crema mediante un retroproyector. Letra violeta. Una de las monjas tocaba la guitarra. Señor, me has mirado a los ojos...

Bajábamos por los escalones de cemento del otro acceso a la escuela. Uno de nosotros llevaba un tablón de madera para probarla. El portón pequeño que siempre estaba cerrado. Terraplén, concreto. Bajé y lo verifiqué. Estábamos seguros.

Todo era verde. Pequeñas gotas de rocío que mojaban nuestras manos al apoyarlas antes de sentarnos. Una gran roca a uno de los lados. Sobre nosotros, el ruido del recreo. 

Toda la televisión abierta que habíamos visto en los cuatro canales a los que se limitaba nuestra 'visión' del mundo. Nuestras expectativas. Las películas de artes marciales de los sábados, las de Cine Millonario. Cuánta comiquita donde saliese una 'estrella ninja'. 

El himno nacional. La bandera. El Padre Nuestro. El vapor que salía de nuestras bocas en la mañana. El verbo.

Apoyado contra la enorme roca, el tablón de madera. El índice y el pulgar que sostenían la estrella por una de sus puntas. Indicaciones. 

Nuestro silencio después de ser mandados a callar. 

Todas nuestras vidas saliendo desde una única mano.

Un corto vuelo. Lo que cada uno de nosotros esperaba. 

La enorme roca contra la cual rebotó sin hacer la más mínima mella. El tintineo metálico al golpear el cemento. La realidad. La puta realidad diciendo NO. Nuestras caras y ruidos de decepción. Otro que se acerca y que la toma del suelo. A esa cosa de metal que había perdido toda su magia. Que tenía cinco puntas cuando la de los ninjas tienen cuatro. Volvió a lanzarla. Esta vez sí le acierta al tablón. Otro rebote. Otra decepción. Le siguieron varios intentos siempre con el mismo resultado. 

La vida. 

Volvimos sobre nuestros pasos. Cada cual con sus pensamientos en una edad en la cual estos son más simples. La mañana y el recreo proseguían su declinar sin detenerse. 

Vuelvo sobre esto cada tanto.  Me pregunto, cuántos de los que estábamos ahí moriremos sin conocer Japón. Cuántos seguiremos vivos. ¿Alguno recordará esto que les cuento?, y de hacerlo, ¿será parecido al mío su recuerdo?
 
Éramos un grupo de niños de entre ocho y nueve años y por un momento todos fuimos una estrella de metal que después de un corto vuelo rebotó contra una enorme roca.

Y esa roca debe seguir ahí pues la realidad no desaparece cuando cerramos los ojos.

Amén.




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